La reforma conservadora del luteranismo confesional (I)
“A menos que no esté convencido
mediante el testimonio de las Escrituras o por razones evidentes —ya que no
confío en el Papa, ni en su Concilio, debido a que ellos han errado continuamente
y se han contradicho— me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado
como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni
quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la
conciencia. Que Dios me ayude. Amén”.
A mediados del año 1523 en la ciudad
imperial de Worms un joven monje agustino llamado Martín Lutero se enfrentaba empuñando
como arma la santa Palabra de Dios a los dos mayores poderes de la Cristiandad
del momento: el emperador del Sacro Imperio Romano de la Nación Germana y rey de
las Españas y al Papa de Roma. Nos encontramos con el inicio de la llamada
Reforma Luterana de la Iglesia.
Para unos el inicio de la libertad y
de la Modernidad y para otros la ruptura revolucionaria de la Cristiandad, en
los siguientes escritos veremos que la intención y los hechos de los
reformadores luteranos (o evangélicos como se llamaban a sí mismos) se alejaban
de ambos extremos.
La idea principal de Martín Lutero y
sus colegas tanto coetáneos como posteriores era retornar a la Biblia como
referente dogmático del cuerpo de Cristo, corrigiendo los abusos y errores que
se habían ido implantando paulatinamente en la Iglesia Católica en los últimos
tiempos. Ningún reformador consideró jamás que las reformas implantadas en gran
parte de los territorios germánicos y bálticos implicaran cisma o ruptura con
la catolicidad de la Iglesia, sino que fallecieron teniendo presente que su
reforma era la reacción conservadora que se necesitaba para salvar la Santa
Iglesia Católica y Apostólica de Cristo.
¿Qué es el luteranismo confesional?
El cristianismo luterano confesional,
también conocido como catolicismo evangélico, conforma aquella rama del árbol
de la Iglesia Cristiana que confiesa, enseña y predica la Palabra de Dios
reflejada en la Biblia, tal y como viene expuesta y explicada en el Libro de
Concordia (1580). Así pues, el Libro de Concordia constituye la Traditio
Lutherana y está formado a su vez por varias obras escritas por diferentes
teólogos o asambleas de teólogos a lo largo del siglo XVI. A saber: Catecismos
menores y mayores de Lutero, Confesión de Augsburgo, Apología de la Confesión
de Augsburgo, Tratado sobre la Primacía y el Poder del Papa, Artículos de
Esmacalda y Fórmula de Concordia.
No todas las iglesias luteranas
suscriben en plenitud el Libro de Concordia. De hecho, iglesias históricas como
la sueca, la del pueblo danés o la Iglesia Evangélica Luterana de América
(ELCA), todas liberales, suscriben alguna o algunas de sus obras en tanto que
(suscripción quatenus) coincidan con su interpretación flexible de la Biblia. Un
rasgo distinto del luteranismo tradicional o confesional es que acepta en su
totalidad la Traditio Lutherana porque es la exposición acertada y objetiva de
las Escrituras (suscripción quia) Ello ha permitido a iglesias confesionales
como la estadounidense Iglesia Luterana-Sínodo de Misuri (LCMS), la Iglesia
Evangélica Luterana Argentina (IELA), la Iglesia Evangélica Luterana Brasileña
(IELB), la Iglesia Evangélica Luterana Independiente de Alemania
(SELK) o la Iglesia Evangélica Luterana Española (IELE) mantenerse alejadas de
la teología relativista liberal que azota la Cristiandad desde el siglo pasado.
Sola Scriptura
El luteranismo confesional ve la Santa
Biblia, Verdad revelada e inspirada por Dios, como la primera y suprema fuente
de doctrina cristiana, a la luz de la cual todos los demás textos deben ser juzgados,
es decir, la Escritura es norma normans. Asimismo, sigue el principio de que la
Biblia se interpreta a sí misma. Todo aquel dogma contrario a las Escrituras o
que simplemente no sea mencionado en ellas directa o indirectamente debe ser
rechazado como falso. Prácticas como festividades, procesiones o imágenes no
mencionadas en la Biblia son adiáforas (neutrales), pudiendo ser añadidas como
rito siempre que sea positivo para que el alma humana se acerque a Dios y en
tanto en cuanto no constituya mérito o ganancia para la salvación.
Que la Biblia sea la suprema fuente
doctrinal no significa que la tradición sea obviada en el mundo católico-evangélico.
Para el luterano existen otras normas doctrinales de rango inferior llamadas normae
normatae que han ido desarrollando y exponiendo la Escritura a lo largo de la
historia. Estas son:
1. Credos universales o católicos (Credo
de Nicea-Constantinopla, Credo de los Apóstoles y Credo de San Atanasio).
2. Confesiones de Fe (Libro de
Concordia).
3. Opiniones pías de los Santos Padres y
otros teólogos cristianos. Las Confesiones Luteranas mencionan frecuentemente
los escritos de teólogos como San Ignacio de Antioquía, San Ambrosio, San
Agustín, San Juan Crisóstomo, San Bernardo de Claraval o Santo Tomás de Aquino
como refuerzo de sus posturas.
Respecto a los siete concilios
ecuménicos, se suelen aceptar como verdaderos pues no contienen dogmas
contrarios a la Santa Escritura, si bien hay teólogos luteranos como el alemán
Martin Chemnizt del siglo XVI que discuten la veracidad del último concilio por
su defensa de la veneración iconográfica.
El principio de Sola Scriptura, aun
siendo una de las características distintivas de la Reforma, no es de creación
luterana. Además de reflejarse en la Biblia ( Gálatas 1: 6-9), es mencionado en
la historia de la Iglesia por algunos grandes teólogos. Por todos, San Atanasio
afirma: “Las Sagradas e inspiradas Escrituras son totalmente suficientes para
la proclamación de la verdad. (San Atanasio – Contra los paganos, I: 3)”.
Como vemos, la Sola Scriptura no
implica, como a menudo se piensa, libre, individual o privada interpretación bíblica,
sino que la Biblia es la suprema regla de doctrina cristiana.
El hombre y el pecado.
La doctrina del pecado original a
través de una negativa visión de la naturaleza humana es especialmente profunda
en el luteranismo, siguiendo la versión de San Agustín. Señala el artículo II
de la Confesión de Ausgburgo:
“Enseñamos que, a consecuencia de la
caída de Adán, todos los hombres nacidos de manera natural son concebidos y
nacidos en el pecado. Esto es, sin temor de Dios, sin confianza en Dios y con
la concupiscencia”.
El Doctor Lutero señalaba en sus
obras De servo arbitrio y La Libertad del cristiano que el hombre nace esclavo
del pecado, del Maligno, y que, como esclavo del Mal, no puede escoger ni
buscar a Dios (Romanos 3: 10-18) Solo Dios puede liberar de la esclavitud de la
muerte por el pecado al hombre, haciéndolo siervo de Cristo. Ésta es la auténtica
libertad del hombre ganada por Cristo en la Cruz.
Para el doctor Lutero y sus colegas,
el hombre precisamente por esa contaminación de su naturaleza desde Adán es
incapaz de hacer por sí mismo buenas obras, aun cuando externamente parezcan
éstas bondadosas. Las buenas obras del hombre vienen solo a través del Espíritu
Santo del regenerado creyente.
Vemos, pues, que para el catolicismo
evangélico el hombre es malvado e incapaz del bien por naturaleza y que no
pudiendo confiar en su esclava voluntad negativa para salvarse, la liberación
del pecado solo le puede venir de fuera, esto es, del Señor.
Justificación y Santificación.
La justificación se
define en términos teológicos como el acto de volverse justo frente a Dios, es
decir, de recibir el perdón de Dios por nuestros pecados. Al respecto señala el
artículo IV de la Confesión Augustana:
“Enseñamos también que no podemos
obtener el perdón de los pecados y la justicia delante de Dios por nuestro
propio mérito, por nuestras obras o por nuestra propia fuerza, sino que
obtenemos el perdón de los pecados y la justificación por pura gracia por medio
de Jesucristo y la fe”.
La justificación para los luteranos
se produce por la Fe del creyente (Romanos 1:17, Efesios 2:8-9), es decir, es
pasiva y por ende proviene únicamente de Dios que, a través de su Santo
Espíritu, toca el corazón de los hombres y efectúa un nuevo nacimiento y su
conversión puesto que, como dijimos arriba, el hombre es incapaz de acercarse a
Dios por causa de su propio pecado.
La justificación es una imputación
personal e individual al hombre de los méritos solo de Cristo en la cruz,
rechazando radicalmente, pues, la teoría medieval católico-romana del tesoro de
méritos de la Iglesia y de los santos, las intercesiones o el sacrificio de la
misa a través de los cuales las obras de los santos u otros hombres pueden
beneficiar la salvación de otros a través, por ejemplo, de indulgencias.
Una vez convertidos, mediante su
Palabra y Sacramentos, el Espíritu Santo se sirve de esa nueva voluntad, de
modo que el hombre coopera con el mismo en las obras subsecuentes. Este proceso
es llamado santificación. El papel de las buenas obras del converso en el
luteranismo confesional es el de ser frutos del arrepentimiento y perdón de los
pecados por pura Gracia de Dios.
La frase Simul iustus et peccator
resumen a la perfección la doble condición del cristiano de justificado por
Gracia a través de la Fe en el Señor y a la vez pecador por su herencia desde
la Caída.
Carlos RM.
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